Como he comentado, en un post anterior, podemos decir que la zooarqueología ha sufrido un profundo cambio, en los últimos 30 años.
En sus inicios, la Arqueología sólo le dedicaba un pequeño apartado centrado principalmente a la identificación de las especies presentes en los registros arqueológicos y a la morfología de las mismas. Normalmente, este estudio era realizado por algún biólogo o paleontólogo, que para nada te hablaban de las interacciones entre los humanos y los animales.
Los primeros trabajos que nos hablan de la importancia que tiene el estudio de los restos óseos, en un yacimiento, acontecen en el s. XIX, con autores como Wyman, Morlot, Mortillet, etc...
A raíz de la Segunda Guerra Mundial es cuando la zooarqueología se convierte en disciplina, gracias a los trabajos, de autores americanos e ingleses. También, la llamada Nueva Arqueología va introduciendo nuevas variables de análisis para tener una mayor información de un registro arqueológico.
Actualmente podemos considerarla, como la encargada del estudio de los restos de animales, que incluye tanto a mamíferos (macrofauna o microfauna) como a peces (ictiofauna), moluscos (malacofauna), aves (avifauna).
Su estudio va dejando atrás la identificación y cuantificación de especies para centrarse en cómo llegaron allí los restos óseos, es decir, los restos que se localizan en los sitios arqueológicos procedentes de la fauna que constituyen acumulaciones formadas a través de tiempos variables y debido a acopios diferentes, puesto que los animales han sido utilizados por los humanos a lo largo de la historia con diferentes objetivos, desde proporcionarle alimento, en una primera etapa, hasta de animales de compañía en otra o bien por sus pieles para utilizarlas como ropa de abrigo, o como materia prima para realizar objetos musicales o de adornos y como fuerza de trabajo, o bien, se puede encontrar en el registro, no por una actividad antrópica sino debido a diversos agentes naturales.
De ahí, que los restos faunísticos incluyen una información previsible no sobre el consumo de alimentos, sino, las dietas utilizadas por los humanos en el pasado, también sobre la cría y caza de los animales, estacionalidad, paleoambientes y el estatus social de la población.
Poco a apoco, ésta disciplina se va abriendo paso con identidad propia, gracias a los trabajos de Braiwod, Byers, Boessneck, Howe, Western y Dechant, Behrensmeyer, Gamble, Bluenschine, Binford, Gayson, Shipman, etc.. que la incorporan en sus trabajos multidisplinarios de las excavaciones. Gradualmente, otras ciencias se van agregando a la metodología de los registros arqueológicos , como puede ser, la etnoarqueología, que intenta explicar el significado de los procesos cognitivos, sociales e ideológicos de las sociedades pretéritas.
También tenemos los estudios tafonómicos, que en los últimos años han alcanzado un gran auge, y nos aporta información sobre la manera como se han constituido los conjuntos de huesos descubiertos en los yacimientos arqueológicos. Así mismo, están los análisis espaciales, del territorio e incluso los trabajos de experimentación, que nos sirven para explicar los procesos del pasado.
Como vemos, ésta disciplina, ha sufrido un gran giro, en su estudio, donde han surgido una serie de corrientes y multitud de autores implicados en cada una de ellas, y dónde cada uno se va centrando en una serie de procesos que van surgiendo de los registros y que a veces les llevan a una hiperespecialización, de determinados procesos tafonómicos, alejándose así, de su objetivo principal: el estudio de los huesos.
Y así, lentamente el mundo de la zooarqueología, se ha ido introduciendo en los contextos arqueológicos para dar respuestas aún mejor conocimiento de los modos de vida de las sociedades del pasado.