A sólo
6 kms de la ciudad de Puno en el altiplano peruano se asienta la comunidad
étnica de los Uros, en el lago
Titicaca a 3.810 m.s.n.m.
El
lago Titicaca es uno de los más grandes del planeta y además es el más alto
donde se puede navegar, es abastecido por ocho ríos y es compartido con
Bolivia. En los alrededores
del lago se asientan, en unas cuarenta islas artificiales flotantes, las
familias de los Uros (o lo que queda
de ellas, ya que, poco a poco han ido mezclándose con los quechuas y con los
aymaras), cuyo nombre significa “los hijos del amanecer”, con unos modos de
vida muy peculiares. Ellos se autodenominan “hombres lacustres”, su habita está
en estas islas flotantes fabricadas con juncos acuáticos llamadas aquí totoras.
La
totora (Scirpus californicus) es la
planta principal del lago Titicaca, es un vegetal herbáceo perenne cuyo tallo
viene a medir de uno a tres metros, flota en el agua y ofrece firmeza para no
hundirse. Es una planta muy tornadiza ya que tiene múltiples usos, sirve tanto
para la construcción de las casas como de las balsas, para desplazarse por el
lago y también como base alimenticia, se puede hacer té y es un buen
medicamento tanto sus hojas como la flor, y muy rica en yodo para prevenir
enfermedades como el bocio y como combustible. Creo que no ha habido una planta a la que se le haya sacado tanto provecho.
El
origen de esta cultura es anterior a los Incas pero dependiendo de las fuentes
que consultemos los estudios varían bastante unos de otros, así como, los
calificativos displicentes que algunos autores le otorgan a estos indígenas,
pero cuando pasas por sus poblados te das cuenta que a pesar de esa precaria
economía a la que se ven sometido; son comunidades sedentarias donde existe una
relación entre la población y su entorno, se modela no desde un
principio
económico de acumulación de bienes sino desde la afirmación de la renovación ecológica,
como modo de sustentación económica. Al vivir en islas flotantes no se puede
dar por sentado el emplazamiento ni la superficie que habitan, sino que, cada
cierto tiempo se va renovando, hay unos ciclos naturales de existencia, en este
caso lo marca la totora, que si no se cuida desparece. Pero a su vez existe una
simbiosis entre los Uros y el agua,
ésta es la que les faculta esta constancia que les permite asentarse aquí
durante siglos.
Los
nativos han sabido subsistir con los recursos que le ofrece su entorno basado
principalmente en la pesca que le ofrece el lago (pejerrey, la trucha,
carachi), la cual hacen de
forma artesanal y cuyas piezas secan al sol una vez
limpias, convirtiéndose en moneda de cambio con la que adquieren otros
alimentos. En menor medida suelen cazar aves, que normalmente se crían en el
lago como patos, actualmente han introducido la cría de gallinas.
Las
mujeres se suelen dedicar a la elaboración de tejidos de tapices de lana que le
da a las islas y a sus vestimentas un aspecto multicolor y son buenas
conocedoras de las técnicas de conservación de los alimentos para los tiempos
de carencia.
Como
todo cultura indígena tienen sus creencias en la existencia de hechiceros o
brujos, en adivinos y sobre todo y el más extendido el pago a la santa tierra
“Pacha mama” (madre de toda la existencia).
Pero
estos modos de vida basada en la pesca practicado durante siglos, en menos de una
década, se han venido abajo, todo el origen mítico que encerraba estas
comunidades ancestrales son sólo un escaparate cara al turismo, la estructura
social que equilibraba esta cultura con su lago ha cambiado, así como, su
economía; este cambio ha supuesto una catarsis de los modos de vida de los Uros, y por otro lado, sin embargo un
resurgir de su economía.
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